miércoles, enero 18, 2006

La Historia de Manuel

La cárcel es el infierno*

Le cuesta empezar: “No es algo que pueda contar con alegría”, dice Manuel Henríquez y comienza su historia: A los seis años escapó de su casa por primera vez, huyendo de los golpes de su madre. Vivió entre la calle y hogares de menores, aprendió a robar comida en La Vega para subsistir y a dormir acurrucado bajo los puentes del Mapocho. A los catorce años lo atraparon robando la radio de un auto y lo detuvieron por primera vez. Ahí fue cuando se reencontró con sus padres por primera vez. “No me veían desde hacía seis años y ni siquiera hubo un abrazo”, recuerda Manuel.
Sus padres lo llevaron a su casa, pero escapó para no volver más. Robó casas y departamentos, asaltó bancos, financieras y casas comerciales. “Quería plata, mucha plata”, reconoce y agrega: “En términos económicos esa vida me compensó. Los éxitos ayudaban a acrecentar mi soberbia y mi egoísmo, estaba enceguecido”.
“Muchas veces me agarraron. La cárcel se convirtió en mi hábitat natural, de hecho pasé 28 años preso”, dice y continúa: “La ‘peni’ es tremenda. Tiene capacidad para 1.600 reos y meten 5.000, todos revueltos en un mundo sin ley ni piedad”. Buscando una manera de fugarse de la cárcel, entró a la pastoral penitenciaria –pues quienes participaban en ella gozaban de una mayor libertad de movimiento-. Ahí fue cuando comenzó su nueva vida. “Por primera vez observé mi entorno y me puse a reflexionar cuánto tiempo había estado ahí sin saber dónde estaba. Vi la miseria, la podredumbre humana, las cosas espantosas que ocurrían… Y no me gustó. Empecé a sentirme un extraño en mi propio mundo”, confiesa.
Cuando salió de la cárcel, el 9 de junio de 1999, entró a una casa de acogida para poder reflexionar. Quería cambiar su historia y ganarse la vida en forma honesta. Pero las cosas no eran fáciles. A causa de sus antecedentes no pudo conseguir trabajo. No podía mantener a su familia –a su señora y sus cuatro hijos- y eso le provocó mucha angustia. Y llegaron las tentaciones: Un amigo le ofreció participar en un asalto por 63 millones de pesos y otro, le pasó dos bolsas de cocaína para vender. Pero Manuel no aceptó.
Lo que sí aceptó fue un trabajo por 30 mil pesos mensuales que le ofreció una abogada. “Es la plata más linda que he recibido en la vida, porque me devolvió la dignidad”, cuenta. Eso le dio el impulso para formar la Confapreco, una organización que busca ayudar a los ex reos y a sus familias. “Mi sueldo no es mucho, pero nunca ha faltado el pan en la casa y estoy contento con mi trabajo”, afirma Manuel y reconoce: “Nunca más pensé en delinquir. Hice un compromiso con Dios, conmigo y mi familia, y lo asumí”.


* Resumen del artículo escrito por Cecilia Eyzaguirre y publicado en el libro “Historias de Esperanza”, Santiago, 2003.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Pedro
LLego a tu blog a través de nuestro común amigo Gabriel

Creo que los ejemplos de resiliencia como los que muestran nos ayudan a superar momentos complejos y nos estimulan a mirar mas alto.

Bienvenido a este espacio

Un gran abrazo

Anónimo dijo...

Que excelente historia.
Me atrae mucho saber lo que pasa con los reinsertados en la sociedad. Hay muchas buenas historias que contar.
Es muy fuerte lo que pasa con los Manueles.
Te felicito por tu blog.